BABELIA. Miguel García-Posada. 2001

Editada por primera vez en 1979 (La Gaya Ciencia), Días de llamas, de Juan Iturralde (seudónimo de José María Pérez Prat, Salamanca,1917-Madrid, 1999), pasó casi inadvertida entonces; ocho años después la publicó Ediciones B con elogioso prólogo de Carmen Martín Gaite, y consolidó el reconocimiento de cierta crítica, aunque todavía el Diccionario Gullón la despacha con unas cuantas líneas y el exhaustivo Rafael del Moral hace tabla rasa de ella en su "enciclopedía" de la novela española (1999). Y, sin embargo, este Juan Iturralde, narrador subterráneo que murió no hace demasiado en medio de un turbador silencio, escribió una de las mejores novelas, si no la mejor, sobre la guerra civil. Un relato lleno de rigor y de pasión. Rigor constructivo, pasión por la verdad histórica.


El rigor constructivo lo lleva a combinar el monólogo con la evocación. La novela transcurre así en dos tiempos: el presente y el pasado inmediato,y en dos espacios: la checa donde el protagonista espera ser ejecutado en noviembre de 1936 y el Madrid de los primeros meses de la guerra que conoció en su condición de juez obligado a defender la legalidad y desbordado por la ilegalidad, fiel pese a todo a la causa republicana pero perplejo ante la magnitud y barbarie de la contrarrepresión, republicano convicto y miembro de una familia mayoritariamente rebelde.

El personaje de Tomás Labayen se configura así como un espléndido oximorón, como una contradicción viva, reconciliada en su persuasiva humanidad, que cuenta, analiza, escruta, detalla, vivisecciona lo que fue aquel Madrid y el desarraigo interior de quienes siendo fieles a la legitimidad política veían cómo sus cimientos parecían derrumbarse. Tal voluntad de imposible equilibrio lo llevará hasta una checa, donde compartirá su desgracia con otros desdichados. La condición problemática del personaje, soportada por una espléndida humanidad, hace de él un formidable punto de vista no sectario sobre los acontecimientos. A tales efectos contribuye de modo decisivo la magistral combinación de retrospección y monólogo que el autor lleva a cabo. Sólo alguien con un dominio absoluto de las técnicas narrativas era capaz de semejante prodigio gracias al cual la checa y la calle viven en continua ósmosis. Tal maestría es patente en el quebrado final, que deja la narración trágicamente interrumpida.

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