Por Manuel Longares (publicado en la revista Cambio16 el 16 de noviembre de 1987).
Cuando José María Pérez Prat recibe no hace mucho (hablamos del año 1987) un telefonazo de Ediciones B, sospecha que van a venderle libros. pero para su sorpresa, se entera de que quieren reeditar sus obras: dos novelas cortas y una larga, aparecidas en los años setenta con la firma de Juan Iturralde.
En la solapa de El viaje a Atenas y Labios descarnados, publicadas en un solo volumen por Barral Editores en 1975, se dice: "Juan Iturralde es el seudónimo de un escritor nacido en 1917 en una ciudad del reino de León". faltaba poco para que Franco muriese y José María Pérez Prat, salmantino y abogado del Estado, temía represalias.
Cuatro años después, cuando publicada en La Gaya Ciencia Días de llamas, unánimemente considerada como la mejor novela de nuestra guerra civil, el retrato de Pérez Prat aparece en el interior del libro,, porque ya se han cumplido las previsiones sucesorias. pero conserva el seudónimo de Iturralde en homenaje al único antecedente literario de su familia: su bisabuelo Ramón Esparza Iturralde, autor de En Navarra, una novela sobre la guerra carlista.
Miembro de una familia burguesa de siete hermanos, Juan Iturralde (José María Pérez Prat) estudia el bachillerato en los salesianos de Salamanca, los jesuitas de Chamartín de la Rosa y los marianistas de Ciudad Real. La prematura muerte de su padre en accidente de automóvil obliga a estos desplazamientos. Juan, que ya en los jesuitas ha escrito una novela sobre gauchos, cursará Derecho. el pariente que asume su formación le que estudie historia de España y de la literatura española para que se haga una idea de su país.
Hasta entonces, lo que Juan entiende por España le induce a militar en las Juventudes Tradicionalistas de Ciudad Real. Es cierto que no le han gustado los jesuitas, pero todavía no pone en cuestión sus convicciones religiosas y se encuentra de presidente de los estudiantes católicos cuando Franco se subleva el 17 de julio de 1936.
GUERRA Y PAZ. Su cargo e ideas le convierte en sospechoso para los republicanos. "Estaba convencido de que iba a perder la vida", recuerda con el mismo terror que mucho después consignará en Días de llamas. Catorce meses pasa sin salir a la calle hasta que, reclamado por parientes de graduación militar, se alista en el bando rojo.
Juan hace, pues, la guerra en la formación perdedora. Pero en 1939 no pasa por un campo de concentración, como tantos otros compatriotas suyos, porque ha sido requeté. La guerra le ha servido para leer lo que no pudo durante su bachillerato con curas. en la batería de Denia -dónde Conrad, Baroja, Valle, Spengler, Kipling y La conspiración franca, de Wells, figuran en su macuto- ha comenzado a discutir sus anteriores creencias. La posguerra franquista actuará de revulsivo.
Todavía de cabo de requetés, en La Solana, y al ciudado de los presos, se entera de las palizas que da la Guardia Civil a los detenidos. Ya licenciado del Ejercito, cuando se encuentra en Salamanca de exámenes patrióticos, oye hablar de los paseos franquistas. Terminada la carrera y preparando oposiciones a abogado del Estado es testigo de dolorosas injusticias por cuestiones ideológicas.
Juan ha dejado a los requetés por los falangistas, en la convicción de que son más abiertos. Ya abogado del Estado y destinado en Las Palmas, donde sigue recibiendo noticias de la represión franquista, rompe también con los azules. Tampoco quiere saber nada de la Iglesia católica, ante las dificultades que pone para seguir su doctrina.
En Las Palmas es un hombre descreído y profundamente liberal: "Lo que me ha repugnado siempre es el maniqueísmo". Se casa y, alternando su profesión, empieza a escribir con el afán de ser objetivo. tras lo que ha contemplado, le parece imprescindible "pintar con virtudes hasta los tíos más antipáticos".
OBRA PUBLICADA. Su primera novela, La gran algarabía, trata de la guerra civil que ha padecido. Escribe después Aventuras de Juan Davalillos, una historia de piratas, y la novela de ambiente canario Todos los días. Pero el autor no quiere publicarlas.
En 1953 regresa a Madrid. Pedro Lezcano y Alberto Oliart son sus amigos más directamente relacionados con la literatura. En 1958, la revista Blanco y Negro difunde dos cuentos suyos: El viaducto y Un concierto.
Con su novela corta, Lázaro, queda finalista en el premio Sésamo, de Tomás Cruz. Lázaro es el antecedente de Labios descarnados, que, con El viaje a Atenas, ve la luz en Barral Editores. Alberto Oliart gestiona su publicación. El volumen merece tres críticas y una de ellas afirma que son novelas muy desagradables. Se inspiran en hechos históricos y en un sueño del autor.
El viaje a Atenas narra la peripecia de un revolucionario griego que regresa a combatir la dictadura de los coroneles. Enfermo, su aventura exterior se mezcla con los recuerdos y visiones que su singular estado de ánimo recrea. Labios descarnados es la historia de una resurrección: un profesor español de Literatura marcha en barco a Estados Unidos para dar unas conferencias y cae al mar. Cuando vuelve a la vida se enfrenta a la posibilidad de sufrir un cáncer de próstata.
El viaje a Atenas y Labios descarnados aparecen antes que Días de llamas, pero se han escrito después. Días de llamas, una novela de casi cuatrocientas páginas que se lee de un tirón, se desarrolla en el Madrid sitiado y es la historia de un juez defensor de la legalidad republicana. Juan Iturralde se retrató en ese juez, protagonista de su novela, que acaba preso -y a la espera del paseo- de los milicianos.
Cuando Carlos Barral lee Días de llamas son los últimos años de la dictadura y no se decide a editarla porque considera que la censura lo impedirá. Ya muerto Franco, la desaparición de Barral Editores lleva a Juan a otras instancias.
En Alfaguara han leído su novela Juan Benet y Juan García Hortelano. La opinión es favorable, pero el director de la editorial, Jaime Salinas, tiene cubierto el cupo de publicaciones para tres o cuatro años.
Al editarse en La Gaya Ciencia, en 1979, Días de llamas obtiene inmediatamente reconocimiento crítico. Juan Iturralde ha conseguido imponer su seudónimo y sus ideas sobre la novela: "Creo en la novela novelesca. La novela tiene que seducir, hipnotizar. El objetivismo me parece un ejercicio de solfeo".
Le gustan las canciones de la Piquer y aborrece el sufrimiento. Su "gran sentido de la realidad" le hace incompatible con el ballet, la ópera y la zarzuela. Ya jubilado, en su piso del barrio madrileño de Salamanca, escribe lentamente Hans y las lluvias de abril, una novela acerca del mito de Fausto.
Literariamente riguroso, intentando combinar precisión y amenidad, Juan Iturralde, definitivamente recuperado por las editoriales, analiza el proceso de escribir con técnica jurídica: "Si haces un recurso de casación, echas mano del Código Civil; en cambio, cuando escribes literatura, no tienes donde agarrarte."
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