LA ESTAFETA LITERARIA. Constantino Bértolo. 1980

DÍAS DE LLAMAS
(...) Días de llamas de Juan Iturralde, seudónimo de J.M. Pérez Prat, es quizá la última novela escrita sobre nuestra guerra civil y, en este caso, nunca mejor la tópica cita de "the last but not the least", porque esta larga y honda novela está llamada a ocupar uno de los estantes más destacados entre las narraciones sobre la guerra civil. En principio no dudamos en calificarla como una de las novelas del año, y no es necesario manifestar que, ante obras como ésta, el crítico reconoce lo estéril e inútil de las etiquetas y adjetivos usuales: novela realista, novela moral, intelectual, crónica, etc., se enfrenta a la imposibilidad de resumir el contenido de un texto en el que nada falta ni sobra, y comprende que el lugar de la crítica en casos semejantes debería limitarse a dar fe de su aparición. Pero a estos sentimientos y reflexiones se une la necesidad de compartir el encuentro con una gran novela, con un gran texto, con un gran autor; la necesidad de comunicar que Días de llamas ofrece la posibilidad de entrar en el mundo de la guerra civil española sin que se haga presente la incómoda sensación de que no están situando a un solo lado del espejo, situación incómoda por muy de acuerdo que se esté con una u otra visión. Iturralde nos introduce en un enfrentamiento civil que nada tiene que ver con las películas de buenos contra malos, sin que por ello el Bien y el Mal, es decir, la responsabilidad de elegir, esté ausente; un enfrentamiento al que asistimos desde dentro, a través del recuerdo y reconstrucción de un hombre, una vida que recuerda frente a otras vidas o conciencias y con las cuales se hace y deshace, pues la pericia humana de Tomás Labayen, protagonista y eje de la narración, no consiste tanto en sus circunstancias particulares: liberal reformista, hijo de militar de derechas, hermano de un oficial a quien un cruce de lealtades coloca en posición de sublevado contra la república, atrapado y revelado por un deseo, la urgencia y la ternura hacia una mujer que lo saca del mundo de caos y necesidad en el que vive, y cronista de sus recuerdos mientras espera (con contenida esperanza) acompañado de otras víctimas o verdugos -verdadera galería de retratos- ser fusilado por algo -la guerra- que "No va a ser más que una venganza, o la apariencia de una venganza, porque en realidad va a ser una consecuencia lógica. No va a ser una injusticia, sino una desgracia insignificante"; la vida del protagonista es la constatación de que en definitiva el hombre es libre, elige, a pesar de los condicionantes, como si el narrador -ese hombre que espera la muerte- hiciera suyas las palabras de Jean Paul Sartre: "una cosa es lo que hacen con nosotros y otra lo que nosotros hacemos con lo que han hecho con nosotros". Y es esta sensación de simpatía humana, sin olvidar la capacidad estilística y de construcción global que la prosa de Iturralde conlleva, lo que produce esa comunicación reciproca entre le texto y el lector que nos reencuentra con el placer de la lectura, con el placer de participar en una aventura (o desventura) humana, compartiendo una búsqueda continua de reorganizar correctamente la experiencia, que podríamos llamar búsqueda moral o simplemente dialéctica, "la vida es una contradicción constante y uno se va haciendo su moral a fuerza de errores, de arrepentimientos, de rectificaciones y de más errores y más arrepentimientos".

Es a través de esta conciencia individual y colectiva que recuerda y se forma al mismo tiempo, como la novela cruza sobre el tiempo histórico y cotidiano de la guerra civil estableciendo un friso interior de la tragedia, que atisbamos en todo su carácter de desgarro, terror y desespero, sin que en ningún momento lo reflexivo caiga en trascendentalismo, lo político en burda militancia o lo anecdótico en estética de fascículos, y es este conjunto de altas y pequeñas virtudes, la capacidad de saber contar encantando, lo que convierte al libro de Iturralde en una novela imprescindible.(...)

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