"Labios descarnados"


Labios descarnados
Prólogo de Luis Suñén
Editorial Viamonte , Madrid, 2002

(Reproducimos, con permiso del editor, las primeras líneas de la novela)

A los cincuenta y tres años todavía se conservan las ganas de vivir, aunque haya desaparecido el sabor a caramelo del entusiasmo y aunque acaben de caerle encima a uno las radiografías y el informe del radiólogo y se esperen confirmaciones más inapelables. Ya se ha visto de cerca la muerte y no sólo en la remota guerra civil y, en alguna ocasión, se ha sentido el deseo de terminar para escaparse de las innumerables maneras de pasarlo mal que nos esperan a todos, entre ellas, la del relieve prostático y demás síntomas que pueden ser el fin. Pero, por el momento, lo que tiene delante es el viaje, la maleta, el paraguas y la gabardina, y lo que hace es palparse el bolsillo para comprobar que no tiene cigarros y dirigirse al estanco, comprarlos, inclinarse para recoger una moneda que se le ha caído y “¡Que es esto!”, un pinchazo en un párpado, un pinchazo tan sorprendente como si le estuvieran clavando una pistola en los riñones, y una gorda que lleva en su bolsa unas agujas de tejer con las puntas hacia arriba.-¡Señora! No me ha dejado tuerto de milagro. Ya podía tener más cuidado con sus agujitas.La cara de culo estupefacto de la gorda, un balbuceo torpe de disculpas entreverado de ¡perdone, perdone!, la estanquera interviniendo: “¿No sabe que hay unas cositas con unas gomas que...?”, “Pero ¿cómo iba a suponer yo que se agacharía sin mirar?”, una mancha de sangre en el pañuelo, un ligero escozor y nada más. Pues sí que empezamos bien; se traga sin dificultad una bocanada de insultos porque ha sido un accidente y ha tenido él la culpa por su precipitación. Las deja discutiendo, acusando una, excusándose la otra, se encamina al andén, y le da por elevar sus pensamientos al reino de las generalizaciones de filosofía en ropas menores recibida de su padre: este pequeño episodio es tan ineluctable como un terremoto en el Perú, el régimen anticiclónico que está convirtiendo en un desierto la sabana de Africa o lo que apuntan las radiografías y el relieve prostatico. El talgo está formado en la vía uno, coche 111, el asiento que está junto a la ventana, algún extranjero precavido –y esquilmador- y por suerte ninguna persona con quien se vea obligado a hacer el viaje, hablando, intercambiando ruidos informativos, opiniones juiciosas –de esas que resultan del eclecticismo, aunque conduzca a sostener que entre dos, uno que sostiene que tres y tres son cuatro y otro que seis, se opte por la opinión intermedia y se diga que tres y tres son cinco-, comentarios sobre temas sin interés, porque la cortesía y el pudor no le dejarán hablar de su próstata. Bueno, una tregua de cinco horas y media largas no le vendrá mal después de dos meses de trabajo y de descubrimientos que le acabaron poniendo ante la puerta del médico: “Amigo mío, usted vivirá cien años”. “Pero si siempre tengo algún agujero”. “No lo digo porque rebose salud sino porque es tan aprensivo que no habrá ocasión de que se le escape a cualquier médico lo que pueda tener en el futuro”. “¿Y en el presente?”. En el presente, al radiólogo, a tiritar sobre la mesa, a extender un brazo para el antihistaminico y el otro para la inyección de contraste, las tres radiografías, porque ha sido necesario repetir una. Y otra vez al trabajo, que cada vez le importa menos, y al médico optimista. “Cuando vuelva le haremos un análisis de fosfatasas. Y entretanto, tómese un comprimido de esto en cada una de las tres comidas”. Reuniones, balances, previsiones para impuestos, subidas de precios que siempre se producen cuando se desmiente que vayan a subir, frenazos en las líneas de crédito después de haber estimulado las inversiones. En fin, lo de siempre y como siempre y, para él, acaso para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario