"Agoté mis reservas de miedo durante la guerra"

Por Javier Belmonte
EL Periódico de Catalunya, 1988.


No se cansa de contar anécdotas, escalofriantes algunas, salpicadas todas de una ironía feroz y de un anticlericalismo de honda raigambre. Acababa la Guerra Civil cuando a este hombre, entonces soldado republicano a la fuerza, una chica le dijo al pie de una batería de costa que tenía cara de escritor. La tenía, pero no publicó hasta que ya tramitaba su jubilación como abogado del Estado.

José María Pérez Prat, conocido literariamente con el seudónimo de Juan Iturralde, nació en Salamanca en 1917 y publicó la novela que le ha de hacer famoso Días de llamas, en 1979. Entre una y otra fecha discurre la agitada biografía de un hombre que, entre otras cosas, fue dirigente de los requetés antes de 1936, soldado republicano en la Guerra Civil, feroz crítico del régimen de Franco desde primera hora y abogado del Estado.

Carmen Martín Gaite, Juan Benet y Juan García Hortelano fueron algunos de los entusiastas valedores de primera hora de Días de llamas, publicada por La Gaya Ciencia, agotada luego y devuelta ahora a las librerías por Ediciones B. De esa novela ha dicho el crítico Rafael Conte que es "una de las más nobles excepciones a la afirmación de que la llegada de la democracia no ha descubierto valores inéditos o libros escondidos a causa de la censura".

- ¿Qué hay de usted en Tomás Labayen, el juez progresista condenado a muerte por los republicanos en Días de llamas?

- Si me permite la presunción, creo que el mérito de mi personaje es que está en guerra consigo mismo, que piensa "me van a matar, pero tiene razón". Y eso no me lo propuse, me salió así. Lo que hay de mí en mi protagonista es el miedo. Yo agoté mis reservas de miedo durante la guerra. Por eso -vuelvo a ser presuntuoso- he podido describir tan bien el miedo.

- El reconocimiento público le llegó con los 60 años cumplidos. ¿Se sintió antes eso que se llama un escritor maldito?

- No. Yo vivía de otra cosa. Era un abogado del Estado cumplidor, pero nunca me gustó el Derecho. Lo hacía sin ninguna ilusión, como el albañil que pone un ladrillo encima del otro, y mientras iba escribiendo. Además, me alegro de haber llegado tarde. Ahora soy un jubilado que no parece la llamada depresión del jubilado.

- He oído que anda trabajando en una novela con el mito de Fausto como trasfondo.

- No exactamente. Eso fue la principio. Ahora tiene reminiscencias de Fausto, pero están bastante disfrazadas.

- Se lo decía porque parecen no asustarle los temas manidos: la Guerra Civil, por ejemplo.

- No me asustan. Mire, entre escribir una novela con argumento y una cosa extravagante para llamar la atención siempre me quedaré con el argumento. Con el argumento y con seres vivitos y coleando en las páginas.

- No sé si eso se lleva ahora.

- Me tiene sin cuidado. Desde luego, yo no pienso tragarme esos rollos sin puntos ni comas. Soy un lector impenitente, pero esas novelas que ahora tanto se estilan, algunas de amigos mios, me echan para atrás porque son unos ladrillos. Hay que seducir al lector. El autor no debe poner dificultades al lector. Ni aburrirle, por supuesto. Y menos ahora, cuando el gran competidor de la literatura de evasión es la televisión, que juega con ventaja.

- Pero usted no hace precisamente literatura de evasión.

- No. Bueno, sí en cuanto procuro que el lector olvide sus problemas y se lo pase bien. En cualquier caso hay literatura de evasión -la policiaca, por ejemplo- muy digna. Y otra, como El pájaro espino que no es literatura sino eso que los fachas como Reagan llaman basura. En cuanto a mi, me gustaría que el lector guardara memoria de lo que escribo, que le impresionara aunque le deprimiera, y eso también es evasión.

- Cuando publicó sus dos primeras novelas, las anteriores a Días de llamas, un crítico las tachó de desagradables.

- Sí. Lo que escribo no es alegre, claro. Tampoco en las obras de Shakespeare, Dostoievski o Goethe, por citar tres genios, abundan los finales felices. ¿Soy desagradable? ¿Y qué? La vida es desagradable. Y más desagradable es Sin novedad en el frente. O Don Quijote, que se pasa la vida sufriendo y la final muere.

- ¿Por qué escribe con seudónimo?

- Es un seudónimo relativo. Mi bisabuelo materno, que fue intendente de Carlos VII, el último rey de los carlistas, se apellidaba Esparza Iturralde. Recurrí al seudonimo porque era abogado del Estado: para no buscarme lios. Por lo mismo que no pude publicar Días de llamas antes de que muriera el enano de El Pardo. ¡Si corría ya 1966 cuando en un interrogatorio en Canarias un juez me preguntó en qué bando había hecho la guerra.

- Y la hizo en el republicano, que no era el suyo.

- Sí, pero mis ideas democratas y de izquierdas viene de antiguo. Quizá desde un mes después de que la guerra acabara. ¡Vi tantas barbaridades y disparates en el fascismo! Tampoco es que lo mio fuera una conversion a lo San Pablo. Fue una evolución lenta, fruto a la vez de la emoción y de la reflexión. Yo estaba muy marcado por mi familia tradicionalista y por una pésima educación en los jesuitas. ¡Si salí del colegio de Chamartín en 1932 sin haber,e enterado de que Antonio Machado existía.

- ¿También dejó de ser creyente?

- Sí. Es una cuestión bastante dificil. No tengo ideas claras, pero ¿quién las tiene? Hombre, si es clara mi repulsión ante cosas como el Opus Dei. Camino es una mezcla poco hábil de chascarrillos baturros y Mi lucha de Hitler, y el éxito de Escrivá de Balaguer fue predicar a los ricos lo que ellos querían oir. En cuanto a creer en Dios o no, tampoco voy a decir que me tiene sin cuidado. Pero si hay algo, que lo dudo, seguro que no es un señor con barbas y angelitos que tocan la lira. Además, de ser así, resultaría aburridísimo.

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